Los minutos se hacen cómplices con los segundos para pasar lentos y acuerdan con las horas que llegarán con retraso. Los días se vuelven tediosos y las noches eternas. Las tardes son lluviosas, grises, las noches son aburridas.
Viste que hay días que darías cualquier cosa por no estar aburrido, pero no, no hay algo qué hacer.
A la verdad, entonces es cuando empiezas a apreciar los minutos junto a las personas, cualquiera que sea. Descubres la maravilla de la imaginación para dibujar rostros mientras cierras los ojos, entiendes por qué la soledad es amiga y es enemiga. Es amiga cuando te hace pensar cosas productivas, pero es el peor rival cuando ella te lleva a inventar cosas amargas, a imaginar dolor.
La soledad mata el entusiasmo más grande, te hace alguien sin color. Te acostumbras a ella, te das cuenta que finalmente es mejor aprender a convivir con ese algo que será tu única compañía. Empiezas a discutir a solas el por qué te toca estar a solas, con la soledad. Ves sus ojos, entiendes que conoce tus puntos débiles.
A solas con la soledad. A solas contigo mismo. A solas con lo peor. A solas con lo mejor. A solas, solo.